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Entrevista al sociólogo e historiador Immanuel Wallerstein

Por Antoine Reverchon

?El capitalismo llega a su fin?
 
Traducido por Germán Leyens
 
Firmante del manifiesto del Foro Social de Porto Alegre (?Doce propuestas para otro mundo posible?), en 2005, usted es considerado como uno de los inspiradores del movimiento altermundialista. Usted fundó y dirigió el Centro Fernand Braudel para el estudio de la economía de los sistemas históricos y de las civilizaciones de la Universidad del Estado de Nueva York, en Binghamton. ¿Cómo sitúa la crisis económica y financiera actual en el ?tiempo largo? de la historia del capitalismo??
Immanuel Wallerstein: Fernand Braudel (1902?1985) distinguía el tiempo de ?larga duración?, que ve la sucesión en la historia humana de sistema que rigen las relaciones del hombre con su entorno material, y, al interior de esas fases, del tiempo de los ciclos más coyunturales, descritos por economistas como Nicolas Kondratieff (1982?1930) o Joseph Schumpeter (1883?1950). 
Actualmente estamos evidentemente en una fase B de un ciclo de Kondratieff que ha comenzado entre hace treinta y treinta y cinco años, después de una fase A que ha sido la más larga (de 1945 a 1975) de los quinientos años de historia del sistema capitalista.
 
En una fase A, el beneficio es generado por la producción material, industrial u otra; en una fase B, el capitalismo debe, para seguir generando beneficios, refinanciarse y refugiarse en la especulación. Desde hace más de treinta años, las empresas, los Estados y las economías familiares se endeudan, de modo masivo. Actualmente estamos en la última parte de una fase B de Kondratieff, cuando la decadencia virtual se hace real, y las burbujas revientan las unas tras las otras: las bancarrotas se multiplican, la concentración del capital aumenta, la desocupación progresa, y la economía conoce una situación real de deflación.
 
Pero, hoy en día, ese momento de ciclo coyuntural coincide con, y por consecuencia agrava, un período de transición entre dos sistemas de larga duración. Pienso en efecto que hemos entrado después de treinta años en la fase terminal del sistema capital. Lo que diferencia fundamentalmente esa fase de la sucesión ininterrumpida de los ciclos coyunturales anteriores, es que el capitalismo ya no llega a ?hacer sistema?, en el sentido en el que lo entiende el físico y químico Ilya Prigogine (1917?2003): cuando un sistema, biológico, químico o social, se desvía demasiado y demasiado a menudo de su situación de estabilidad, ya no llega a encontrar el equilibrio, y se asiste entonces a una bifurcación.
 
La situación se hace caótica, incontrolable por las fuerzas que la han dominado hasta ese momento, y se ve aparecer una lucha, y no entre los poseedores y adversarios del sistema, sino entre todos los actores, para determinar lo que lo va a reemplazar. Reservo el uso de la palabra ?crisis? a ese tipo de período. Ahora bien, estamos en crisis. El capitalismo se acaba.
 
¿Por qué no se trataría más bien de una nueva mutación del capitalismo, que ya ha conocido, después de todo, el paso del capitalismo mercantil al capitalismo industrial, después del capitalismo industrial al capitalismo financiero?
Immanuel Wallerstein: El capitalismo es omnívoro, capta el beneficio donde es más importante en un momento dado; no se contenta con pequeños beneficios marginales; al contrario, los maximiza constituyendo monopolios ?ha probado de hacerlo últimamente una vez más en las biotecnologías y en las tecnologías de la información. Pero pienso que las posibilidades de acumulación real del sistema han llegado a su límite. El capitalismo, desde su nacimiento en la segunda mitad del Siglo XVI, se alimenta de la diferencia de riqueza entre un centro, en el que convergen los beneficios, y periferias (no necesariamente geográficas) cada vez más empobrecidas.
 
Al respecto, la recuperación económica de Asia del Este, de India, de América Latina, constituye un desafío insalvable para la ?economía?mundo? creada por Occidente, que ya no llega a controlar los costes de la acumulación. Desde hace decenios las tres curvas mundiales de precios de la mano de obra, de las materias primas y de los impuestos están en todas partes en una fuerte alza.
 
El breve período neoliberal que se está terminando sólo ha invertido de modo provisorio la tendencia: a fines de los años noventa, esos costes eran ciertamente menos elevados que en 1970, pero eran mucho más altos que en 1945. De hecho, el último período de acumulación real ? los ?gloriosos treinta?? sólo fue posible porque los Estados keynesianos pusieron sus fuerzas al servicio del capital. ¡Pero en este caso también se llegó al límite!
 
¿Hay precedentes de la fase actual, tal como usted la describe?
Immanuel Wallerstein: Ha habido muchos en la historia de la humanidad, contrariamente a lo que refleja la representación, forjada a mediados del Siglo XIX, de un progreso continuo e inevitable, incluida en su versión marxista. Yo prefiero limitarme a la tesis de la posibilidad del progreso, y no a su carácter ineluctable. Por cierto, el capitalismo es el sistema que ha sabido producir, de manera extraordinaria y notable, el máximo de bienes y riquezas. Pero hay que considerar también la suma de las pérdidas que ha engendrado: para el medio ambiente, para las sociedades. El único bien, es el que permite obtener para el mayor número posible una vida racional e inteligente.
 
Ahora bien, la crisis reciente similar a la actual es el derrumbe del sistema feudal en Europa, entre mediados del Siglo XV y del Siglo XVI, y su reemplazo por el sistema capitalista. Ese período, que culmina con las guerras de religión, vio el derrumbe de la influencia de las autoridades reales, señoriales y religiosas sobre las comunidades campesinas más ricas y sobre las ciudades. Fue entonces cuando se construyeron, mediante tanteos sucesivos y de modo inconsciente, soluciones inesperadas cuyo éxito terminó por ?hacer sistema? extendiéndose poco a poco, bajo la forma del capitalismo.
 
¿Cuánto tiempo debería durar la transición actual, y en qué podría desembocar?
Immanuel Wallerstein: El período de destrucción de valor que cierra la fase B de un ciclo Kondratieff dura generalmente entre dos y cinco años antes de que se reúnan las condiciones de ingreso a una fase A, en las que se puede extraer nuevamente un beneficio real de nuevas producciones materiales descritas por Schumpeter. Pero el hecho de que esta fase corresponda actualmente a una crisis de sistema nos ha hecho entrar en un período de caos político en el cual los actores predominantes, a la cabeza de empresas y de Estados occidentales, van a hacer todo lo que sea técnicamente posible por volver encontrar el equilibrio, pero es muy probable que no lo logren.
 
Los más inteligentes, ya han comprendido que había que establecer algo enteramente nuevo. Pero numerosos actores ya se mueven, de manera desordenada e inconsciente, para hacer emerger nuevas soluciones, sin que se sepa todavía qué sistema saldrá de esos tanteos.
 
Nos encontramos en un período, bastante raro en el que la crisis y la impotencia de los poderosos dejan sitio al libre albedrío de cada cual: hoy existe un lapso de tiempo durante el cual cada uno de nosotros tiene la posibilidad de influenciar el futuro a través de su acción individual. Pero como ese futuro será la suma de una cantidad incalculable de esas acciones, es absolutamente imposible prever qué modelo terminará por prevalecer. Dentro de diez años, tal vez se vea más claro; en treinta o cuarenta años, habrá emergido un nuevo sistema. Creo que, por desgracia, es igual de posible que se presencie la instalación de un sistema de explotación aún más violento que el capitalismo, como que se establezca un modelo más igualitario y redistributivo.
Las mutaciones anteriores del capitalismo han terminado a menudo en un desplazamiento del centro de ?la economía?mundo?, por ejemplo de la cuenca mediterránea hacia la costa Atlántica de Europa, y más adelante hacia la de Estados Unidos. ¿Se centrará en China el sistema por venir?
 
La crisis que estamos viviendo corresponde también al fin de un ciclo político, el de la hegemonía estadounidense, iniciada igualmente en los años setenta. EE.UU. seguirá siendo un actor importante, pero jamás podrá reconquistar su posición dominante frente a la multiplicación de los centros del poder, en Europa Occidental, China, Brasil, India. Un nuevo poder hegemónico, si uno de se refiere al tiempo largo braudeliano, puede tomar todavía cincuenta años para imponerse. Pero se ignora cual sería.
 
Mientras tanto, las consecuencias políticas de la crisis actual serán enormes, en la medida en la que los dueños del sistema intentarán encontrar chivos expiatorios por el derrumbe de su hegemonía. Pienso que la mitad del pueblo estadounidense no aceptará lo que está sucediendo. Por lo tanto, los conflictos internos se exacerbarán en EE.UU., que está convirtiéndose en el país más inestable del mundo desde el punto de vista político. Y no hay que olvidar que nosotros, los estadounidenses, vamos todos armados...
 
*Immanuel Wallerstein
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(*) Investigador del departamento de sociología de la Universidad de Yale, ex presidente de la Asociación Internacional de Sociología. 
 
 
Interconexión de las crisis capitalistas
 
Por Éric Toussaint (*)
Comité pour l'annulation de la dette
du Tiers Monde (CADTM), 09/10/08
Tlaxcala, 13/10/08
 
Traducido por Caty R. (**)
 
La explosión de las crisis alimentaria, económica y financiera en 2007?2008 demuestra hasta qué punto están interconectadas las economías del planeta. Para resolver estas crisis, es necesario tratar el mal en la raíz.
La crisis alimentaria
 
En 2007?2008, más de la mitad de la población mundial ha visto degradarse fuertemente sus condiciones de vida porque ha tenido que enfrentarse a una gran subida de los precios de los alimentos. Esto ha originado protestas masivas, por lo menos en una quincena de países, en la primera mitad de 2008. El número de personas afectadas por el hambre llega a varias decenas de millones, y cientos de millones más han visto restringido su acceso a los alimentos (y, en consecuencia, a otros bienes y servicios vitales (1)). Todo esto como consecuencia de las decisiones tomadas por un puñado de empresas del sector del «agronegocio» (productoras de biocombustibles) y del sector de las finanzas (los inversores institucionales que contribuyen a la manipulación de los precios de los productos agrícolas), que se han beneficiado del apoyo del gobierno de Washington y de la Comisión Europea (2). Pero la parte correspondiente a las exportaciones de la producción mundial de alimentos sigue siendo escasa. Sólo una parte insuficiente del arroz, el trigo o el maíz producidos en el mundo se exporta, una porción aplastante de la producción se consume en el lugar de origen. Sin embargo, los precios de los mercados de exportación son los que determinan el precio en los mercados locales. Es decir, los precios de los mercados de exportación se fijan en Estados Unidos, principalmente en tres Bolsas (Chicago, Minneapolis y Kansas City). En consecuencia, el precio del arroz, el trigo o el maíz en Tombuctú, México, Nairobi o Islamabad está influido directamente por la evolución del precio de dichos productos en los mercados bursátiles de Estados Unidos.
 
En 2008, con urgencia y por el peligro de que las derribasen los motines, en los cuatro puntos cardinales del planeta, las autoridades de los países en desarrollo tuvieron que tomar medidas para garantizar el acceso de los ciudadanos a los alimentos básicos.
 
Si se llegó a esa situación es porque durante varios decenios los gobiernos renunciaron progresivamente al sostenimiento de los productores locales de granos ?en su mayoría pequeños productores? y siguieron las recetas neoliberales dictadas por instituciones como el Banco mundial y el FMI en el marco de los planes de ajuste estructural y los programas de reducción de la pobreza. En nombre de la lucha contra la pobreza, estas instituciones convencieron los gobiernos para establecer políticas que reprodujeron, incluso reforzada, la pobreza. Además, durante los últimos años, numerosos gobiernos han firmado tratados bilaterales (en particular los tratados de libre comercio) que han agravado todavía más la situación. Las negociaciones comerciales en el marco del ciclo de Doha de la OMC también han acarreado consecuencias funestas. ¿Qué ha pasado?
 
Acto primero
 
Los países en desarrollo renunciaron a las protecciones aduaneras que permitían proteger a los campesinos locales de la competencia de los productores agrícolas extranjeros, principalmente de las grandes empresas «agroexportadoras» estadounidenses y europeas. Éstas invadieron los mercados locales con productos agrícolas vendidos por debajo del coste de producción de los agricultores y ganaderos locales, lo que originó su quiebra (muchos de ellos emigraron a las grandes ciudades de sus países o a países más industrializados). Según la OMC , los subsidios que pagan los gobiernos del norte a sus grandes empresas agrícolas en el mercado interior no constituyen una infracción de las reglas contra el dumping. Como ha escrito Jacques Berthelot: «Mientras que para el hombre de la calle existe dumping si se exporta a un precio inferior al coste medio de producción del país exportador, para la OMC no hay dumping en tanto que se exporta al precio interior, incluso si es inferior al coste medio de producción» (3). En resumen, los países de la Unión Europea , Estados Unidos u otros países exportadores pueden invadir los mercados de los demás con productos agrícolas que se benefician de cuantiosas subvenciones internas.
 
El maíz exportado a México por Estados Unidos es un caso emblemático. A causa tratado de libre comercio (TLC) firmado entre Estados Unidos, Canadá y México, este último abandonó sus protecciones aduaneras frente a sus vecinos del norte. Las exportaciones de maíz de Estados Unidos a México se han multiplicado por nueve entre 1993 (último año antes de la entrada en vigor del TLC) y 2006. Cientos de miles de familias mexicanas tuvieron que renunciar a producir maíz porque éste costaba más caro que el maíz procedente de Estados Unidos (producido con tecnología industrial y fuertemente subvencionado). Esto no sólo constituyó un drama económico, sino que además acarreó una pérdida de identidad porque el maíz es el símbolo de la vida en la cultura mexicana, especialmente en los pueblos de origen maya. Una gran parte de los cultivadores de maíz abandonaron sus campos y salieron a buscar trabajo en las ciudades industriales de México o en Estados Unidos.
 
Acto segundo
 
México, que para alimentar a su población depende del maíz de Estados Unidos, se enfrenta a una subida brutal del precio de este cereal originada, por una parte, por la especulación en las Bolsas de Chicago, Kansas City o Minneapolis y, por otro lado, por la producción, en casa de su vecino del norte, de etanol de maíz.
 
Los productores mexicanos de maíz ya no tienen capacidad para satisfacer la demanda interna y los consumidores mexicanos se enfrentan a un estallido del precio de su alimento de base, la tortilla, esa tortita de maíz que sustituye al pan o al tazón de arroz consumido en otras latitudes. En 2007, enormes protestas populares sacudieron México.
En condiciones específicas, las mismas causas produjeron, grosso modo, los mismos efectos. La interconexión de los mercados alimentarios a escala mundial está establecida a un nivel jamás conocido anteriormente.
 
La crisis alimentaria mundial pone al descubierto el motor de la sociedad capitalista: la búsqueda del máximo beneficio privado a corto plazo. Para los capitalistas, los alimentos sólo son una mercancía que hay que vender con el mayor beneficio posible. El alimento, elemento esencial de la conservación de la vida de los seres humanos, se ha transformado en un simple instrumento de beneficio. Hay que poner fin a esta lógica mortífera. Hay que abolir el control del capital sobre los grandes medios de producción y comercialización y dar la prioridad a una política de soberanía alimentaria.
 
La crisis económica y financiera
 
También en 2007? 2008 ha estallado la mayor crisis internacional económica y financiera desde 1929. Si no existiera la intervención masiva y concertada de los poderes públicos que se han lanzado al auxilio de los banqueros ladrones, la crisis actual ya habría adquirido mayores proporciones. También en este terreno la interconexión es sorprendente. Entre el 31 de diciembre de 2007 y finales de septiembre de 2008, todas las Bolsas del planeta conocieron unas bajadas muy importantes, que han ido del 15 al 30% en las Bolsas de los países más industrializados hasta el 50% en China pasando por el 40% en Rusia y Turquía. El montaje colosal de deudas privadas, pura creación de capital ficticio, acabó por estallar en los países más industrializados empezando por Estados Unidos, la economía más endeudada del planeta. En efecto, la suma de la deuda pública y privada de Estados Unidos asciende, en 2008, a 50 billones de dólares (contando las deudas del Estado, los hogares y las empresas, N. de T.), es decir el 350% del PIB. 
Esta crisis económica y financiera, que ya ha golpeado a todo el planeta, afectará cada vez más a los países en desarrollo de los que algunos todavía se creen a salvo. La globalización capitalista no desconectó unas economías de otras. Al contrario, países como China, Brasil, la India o Rusia tampoco han podido librarse de esta crisis. Y estamos empezando.
La crisis climática
 
Los efectos del cambio climático, de momento, han desaparecido del primer plano de la actualidad, sustituidos por la crisis financiera. Sin embargo el proceso está en marcha a escala planetaria, y también en este asunto la interconexión es evidente. Ciertamente las poblaciones de los países «pobres» resultarán más afectadas que las de los países «ricos», pero nadie saldrá indemne.
 
La conjunción de estas tres crisis muestra a los pueblos la necesidad de liberarse de la sociedad capitalista y de su modelo de producción. La interconexión de las crisis capitalistas pone por delante la necesidad de un programa anticapitalista y revolucionario a escala mundial. Las soluciones, para que sean favorables para los pueblos y para la naturaleza, deben ser internacionales y sistémicas. La humanidad no podrá conformarse con parches.
 
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(*) Eric Toussaint, es el Presidente del CADTM Bélgica, y autor de la obra ?Banque du Sud et nouvelle crise internationale?, 2008.
(**) Caty R. pertenece a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística.
(1) En efecto, con el fin de comprar alimentos cuyos precios aumentaron fuertemente, las familias pobres redujeron los gastos de salud y educación, así como los gastos en materia de vivienda.
(2) Damien Millet y Eric Toussaint « Repaso de las causas de la crisis alimentaria mundial », agosto de 2008 y Eric Toussaint « Une fois encore sur les causes de la crise alimentaire », octubre de 2008.
(3) Jacques Berthelot « Démêler le vrai du faux dans le flambée des prix agricoles mondiaux », 15 de julio de 2008, p. 47. 
 
 
Crisis financiera
 
 
El capitalismo obsceno
Por Michel Husson (*)
corriente[a]lterna, 17/10/08
 
El desastre financiero se llevó, en su caída, a  todo el edificio ideológico de los abogados de la "mundialización feliz". Se harán constataciones obvias: la financiarización es un chancro que pudre la vida de miles de millones de seres humanos y que les inflige una doble pena. En realidad, todo será hecho para que sean las víctimas las que paguen los platos rotos, y que desatasquen la situación de una minoría de delincuentes sociales.
 
Los diez objetivos del Milenio para el desarrollo pretenden, de aquí al 2015, hacer retroceder la pobreza, la mortalidad infantil, garantizar el acceso al agua potable, etc. ¿Cuál es su costo de realización para el conjunto de los países del planeta? Sería necesario un flujo de recursos que va de 121 mil millones de dólares desde el  2006 hasta 189 mil millones en el 2051[1]. Esto es, evidentemente, mucho más que la  ayuda pública consagrada a estos objetivos, que es hoy de 28 mil millones de dólares.
 
Pero si acumulamos las necesidades estimadas de aquí al 2015, llegamos a cerca de 1200 miles de millones. Dicho de otra manera, la crisis financiera acaba de tragarse el equivalente a las sumas necesarias para arrancar a una buena parte de la humanidad de la miseria más negra. Entramos en la era del capitalismo obsceno, y el cobarde alivio de las Bolsas, con el anuncio de que las finanzas serán suficientemente irrigadas de liquidez, es una lección de cosas que tendremos todo el tiempo para meditar.
Porque nada está acabado, porque las diferentes crisis se encajan como muñecas rusas. La crisis propiamente financiera llevó al capitalismo al borde de la embolia, pero es la  crisis económica la que recibe el testimonio: lo que está a la orden del día a partir de ahora es simplemente la recesión económica. El FMI acaba de rever hacia la baja sus previsiones [2]: en el 2009, el crecimiento será prácticamente nulo (0,5%) en los países desarrollados, después de una fuerte desaceleración en el 2008 (1,5%). El crecimiento mundial, sustentado por los países emergentes y en desarrollo caería para el 3%. Para el FMI, "a reactivación todavía no está a la vista" y solo podrá ser "gradual, cuando llegue". Un escenario como ese es cualitativamente el único hacia el cual podemos avanzar. La salida de la crisis financiera será, y ya es,  extremamente costosa y la recesión tomará inmediatamente su lugar. 
Contrariamente a otros episodios semejantes pero de menor amplitud, la vuelta a la normalidad va a demorar un tiempo proporcional a las sumas absorbidas, y el escenario más probable es a la japonesa,  con una desaceleración durable. Mucho más imposible es volver a los modelos de crecimiento seguidos por los Estados Unidos, la Unión Europea o China.
 
Los grandes críticos de nariz empolvada del capitalismo financiero van a volverse rápidamente, con la violencia de aquellos que sintieron haber escapado por muy poco, contra sus verdaderos adversarios: van a congelar los salarios en nombre de la "unidad nacional", van a promover nuevas reducciones de los presupuestos con fines sociales porque es preciso enjugar todo el dinero público desbaratado, etc.Sumándose a la  crisis económica, acecha la sombra de la crisis socio?ambiental. Los precios del petróleo y de las materias primas bajaron mucho, pero ¿será que eso borró el aumento del hambre y la carrera loca del consumo de energía? 
Claro que no, pero la crisis inmediata va a ser un pretexto para relegar para más tarde el esfuerzo ecológico necesario, con el argumento de que esas preocupaciones son, a pesar de todo, una especie de lujo. Todo esto conlleva el riesgo de que no suceda como cuando uno manda una carta por correo postal (privatizado): Una vez pasado el efecto del shock, la realidad se va a venir encima. ¿Es justo congelar los salarios para poder continuar pagando los dividendos? ¿Es normal ganar con el costo de la crisis? 
¿Es razonable inundar los bancos [de liquidez] sin contrapartida, y proveerles la munición para la próxima burbuja? ¿Por que fue tan difícil encontrar 3 mil millones para el RSA (Revenu de Solidarité Active, o rendimiento de solidariedad activa), cuando bastó un chasquido de dedos para encontrar la misma cantidad para salvar el banco Dexia? A partir de todas estas cuestiones, un verdadero proyecto de transformación social puede ganar en credibilidad, a partir de esta idea simple: no se puede confiar más en un sistema decididamente tan podrido y tóxico como sus títulos financieros.
 
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(*) Economista y militante de izquierda francés.
[1] Invertir en el desarrollo: plano práctico para realizar los objetivos del Milenio para el desarrollo. Ver en la página XII la lista de los 10 objetivos, y la tabla 17.3 en pág. 300 para la evaluación de su costo.
[2] FMI, World Economic Outlook, Octubre de 2008. 
 
 
 
Decrecimiento, una aproximación revolucionaria
 
Por Oscar Simón, Viernes, 03-10-2008 
 
El presente artículo pretende contribuir al debate sobre la crisis ecológica, no tanto para proponer posibles alternativas concretas, de las cuales existe abundante bibliografía, como para aportar argumentos desde un punto de vista marxista. Por Oscar Simón. 
Serge Latuoche, economista francés, publicó en 2003 en Le Monde Diplomatique un artículo titulado ?Por una sociedad del decrecimiento?. En él realizó observaciones muy interesantes: ?cabe definir a la sociedad de crecimiento como una sociedad dominada precisamente por una economía de crecimiento, y que tiende a dejarse absorber en ella. El crecimiento por el crecimiento se convierte así en el objetivo primordial, si no el único de la vida. Semejante sociedad no es sostenible, ya que se topa con los límites de la biosfera.?
 
Esto es rotundamente cierto, la Tierra es una esfera autocontenida, cuyos aportes externos son las radiaciones solares y cósmicas junto a algún meteorito ocasional. Por lo tanto la mayoría de los metales, los combustibles fósiles no son ilimitados, y por consiguiente, tarde o temprano se agotará la explotación comercial del hierro, el carbón, el petróleo, el aluminio etc.
Los fundamentos del decrecimiento
 
Latouche también introduce el concepto de huella ecológica, un indicador agregado definido como «el área de territorio ecológicamente productivo (cultivos, pastos, bosques o ecosistemas acuáticos) necesario para producir los recursos utilizados y para asimilar los residuos producidos por una población dada con un modo de vida específico de forma indefinida», Wackernagel et al., 1997. Así Latouche afirmaba en 2003 que ?un ciudadano de Estados Unidos consume en promedio 8,6 hectáreas, un canadiense 7,2, un europeo medio 4,5. Estamos muy lejos de la igualdad planetaria y más aún de un modo de civilización duradero que necesitaría restringirse a 1,4 hectáreas, admitiendo que la población actual se mantuviera estable.?
 
En este mismo artículo Latouche también nos habla de la dicotomía entre el desarrollo humano y el crecimiento económico: ?Herman Daly estableció un índice sintético, el Genuine Progress Indicator (GPI), que ajusta el Producto Interior Bruto (PIB) según las pérdidas debidas a la contaminación y degradación del medio ambiente. En el caso de los Estados Unidos, a partir de los años setenta el índice de progreso auténtico se estanca o incluso retrocede, mientras que el PIB aumenta. Lo que equivale a decir que, en esas condiciones, el crecimiento es un mito, porque lo que crece por un lado decrece más fuertemente por el otro.?
 
Por último, Latouche introduce una serie de valores que deberían ser priorizados: ?el altruismo debería anteponerse al egoísmo, la cooperación a la competencia desenfrenada, el placer del ocio a la obsesión por el trabajo, la importancia de la vida social al consumo ilimitado, el gusto por el trabajo bien hecho a la eficiencia productiva, lo razonable a lo racional, etc.?
 
En resumen, Latouche constata la crisis ecológica a la que nos ha conducido el capitalismo, durante sus doscientos años de dominio y aporta una salida: el Decrecimiento.
 
Esta crisis ecológica puede resolverse de varias maneras. Si los actuales dueños del mundo continúan dominando, el futuro será muy parecido al esbozado en la película Soylent Green (en castellano se llamó Cuando el destino nos alcance) estrenada en 1973, dirigida por Richard Fleischer y protagonizada por Charlton Heston. En ella se describe un futuro distópico, donde una gran mayoría vive hacinada o sin hogar, alienada de una naturaleza arrasada por una permanente ola de calor (lo que ahora conocemos por cambio climático), sin acceso a agua corriente, y que para su alimentación depende totalmente de gran una corporación llamada Soylent. Ésta es la única proveedora planetaria de comida en forma de preparados naranjas, azules, amarillos y el codiciado verde (en inglés ?Soylent Green?, de ahí el nombre del largometraje). A la vez una minoría formada por los políticos y los directivos de Soylent viven en lujosos apartamentos con aire acondicionado, resguardados de los pobres por alambradas, zanjas y guardias de seguridad. Esta élite tiene acceso a alimentos naturales y no duda en utilizar camiones excavadora para sofocar los disturbios. La película, basada en la novela Make Room, Make Room de Harry Harrison, autor de Flash Gordon entre otras, es increíblemente premonitoria. De hecho, esta ficción guarda un más que inquietante y a la vez siniestro parecido con las nuevas ciudades descritas por Mike Davis en su obra Ciudad de cuarzo. Arqueología del futuro en Los Ángeles, (Lengua de Trapo, 2003), o en la más reciente Planeta de ciudades Miseria, (Foca, 2007). En resumen, la solución del capitalismo a la crisis sólo puede ser el incremento de la desigualdad, el axioma de socialización de los desastres y privatización de los beneficios se sigue cumpliendo a rajatabla.
 
Latouche, economista y en la estela del también economista Nicholas Georgescu-Roegen, ofrece el decrecimiento como una salida a una crisis ecológica de escala planetaria, que a cada año que pasa se agrava. De hecho, en estos momentos, Kiribati, un pequeño país de Oceanía formado por islas coralinas, esta empezando a desaparecer bajo el mar. Unas 110.000 personas observan cómo bajo el influjo del cambio climático las crecientes aguas del Pacífico sur sepultan sus casas. 
 
La palabra ?decrecimiento? es provocadora en sí misma, ya que cuestiona uno de los dogmas fundamentales del capitalismo, ?crecer o perecer?. Este dogma no es sólo de carácter ideológico, sino que es una de las leyes insoslayables del capitalismo. Como demostró Marx en el siglo XIX, los capitalistas están abocados a crecer, a luchar por acaparar la mayor cuota de mercado posible, ya que de lo contrario otros capitalistas acabarán con ellos. Esto lleva al sistema a una carrera desenfrenada de acumulación competitiva, donde unos devoran a los otros. Hoy, en la era de las fusiones y de los grandes monopolios nadie puede desmentir esta afirmación. Una compañía de software domina el planeta, aunque los valientes de Linux le presenten batalla, cuatro compañías controlan la base de la alimentación mundial, dos compañías más controlan el mercado aeronáutico y constantemente unas empresas son absorbidas por otras. El capitalista que no crece? desaparece.
 
Así que es necesario ir más allá que Latouche. El crecimiento no es un objetivo de la sociedad, sino una condición sine qua non del sistema socio económico dominante: el capitalismo.
 
Estrategias del decrecimiento
 
Compartiendo el diagnó
Fonte: Le Monde, 11/10/08 - Rebelión, 18/10/08
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